Enseñar yoga, el arte de la integración. Al margen de lo que pueda parecer, enseñar yoga no es enseñar a realizar posturas copiadas de un libro. Enseñar yoga es enseñar el arte de la integración. Que lleguemos a crear una situación de integración con uno mismo a través del cuerpo, la respiración y la mente.
YOGA, EL ARTE DE LA INTEGRACIÓN
Ayer fue un día de los que merece la pena recordar como profesor. Cuando una clase entera te hace sentir como si fueras el entrenador de un equipo, que motiva a sus jugadores antes de un partido y resulta que luego juegan como nunca en su vida.
El día de ayer no fue muy distinto del resto, en cada clase expliqué lo mismo de siempre, pero de manera diferente. Como profesor voy buscando la manera de que la mente del alumno encuentre razonamientos lógicos y de peso para poder echar abajo viejos e inútiles prejuicios y clichés erróneos, y permita a la lógica tomar la iniciativa durante la práctica.
Cada clase es una oportunidad al ensayo de la dialéctica como profesor. Yo tengo las cosas muy claras, pero ponerlo en palabras, coherentes, con sentido, que sean precisas y que sigan un hilo y un ritmo, es todo un arte y una ciencia que no poseo. Por eso no me rindo, y en cada clase, pruebo de nuevo, intento mejorar y corregir lo que no me gustó de la clase anterior, y que ningún alumno se duerma antes de terminar la charla. Reconozco que hay días que puedo aburrir, pero esos días prefiero no recordarlos.
Bueno, el caso es que la magia sucedió.
Hay momentos en las clases, muchos, donde como profesores nos podemos dar cuenta a qué nivel el alumno ha integrado lo que pretendemos enseñarle. Y en las situaciones más difíciles, cualquier déficit o mejora se hace más evidente.
La sorpresa fue monumental!
Estaban haciendo una serie larguísima de trabajo de extensión y fortalecimiento de la columna. Es el típico trabajo que a nadie le gusta hacer. En las primeras repeticiones no me percaté, fue en la cuarta repetición cuando me di cuenta que la respuesta habitual no se producía: no había resoplidos, ni movimientos bruscos, ni gestos de esfuerzo, ni mentes diciendo: vale ya!! Lo que vi fueron cuerpos moviéndose lentamente, con la respiración suave y prolongada, gestos de concentración que mostraban un gran control de la situación, mentes disfrutando de controlar la situación. Cada uno había encontrado su integración y que no quería cederla bajo ningún concepto, ni aunque les hubiera mandado 10 repeticiones más.
Podía resumir la charla que les di: Yoga: ¿circo o integración?, tú decides.
Tengo mucho amor y respeto por el circo. Cuando digo circo hablo del arte del más difícil todavía, que asombre más. Y al circo me dediqué unos años de mi vida: conseguí andar en monociclo y mover 3 mazas al mismo tiempo, andar en la cuerda floja, en zancos, mover 5 pelotas, 2 diábolos, telas aéreas, todo tipo de acrobacias y volteretas. Me encantaba. El circo está muy bien y es muy educativo, y seguro que tiene puntos en común con el yoga, pero en lo que se diferencian es en su objetivo: el circo es entretener y el yoga es integrarse.
Y a un nivel mucho más explícito mi charla pudo ser: Puedes elegir entre hacer exhalaciones de 3 segundos con posturas espectaculares, que dejen a todo el mundo, incluido a tu ego, asombrado; o hacer posturas nada espectaculares, que te permitan mantener un estado de integración, con exhalaciones de 20 segundos, donde el ego desaparezca por unos instantes y la mente se calme.
La integración no se consigue con la postura más difícil o más bonita (eso es sólo una forma), sino con un trabajo de atención y control respiratorio en cada movimiento (que pueden ser sencillos al principio, y con práctica serán más elaborados).
El yoga que enseño, es el yoga que siento cuando lo practico y que justamente fue lo que me atrajo de este arte: la capacidad de calmar la mente (casi instantáneamente, depende de su estado), concentrándome en el movimiento lento sincronizado con la respiración profunda.
Da la casualidad de que este sistema fue desarrollado por un gran maestro, Krishnamacharya, y enseñado por sus discípulos, la suerte me llevó a encontrarme con uno de ellos.
En un mundo tan acelerado, con tantas distracciones en las que embarcarnos constantemente cuando la mente se siente atrapada, el yoga sigue siendo una gran propuesta para no perder el rumbo de la vida. Donde cada uno sea capaz de determinar, fijar y conseguir, a pesar de las dificultades, lo que se proponga. Las mayores dificultades las crea la propia mente. Y el yoga es para la mente, para volver a un estado de integración, donde sentirnos bien y desde el cual movernos por la vida.
Como se dice en los Yoga Sutras de Patañjali: la mente funcionará de manera predeterminada en el estado que más habitual le sea. Es cuestión de hábitos, cultivar el estado que queremos que la mente funcione: enfadado, triste, alegre, luchador, tranquilo, pesimista, gruñón, soñador…
Os dejo con uno de los momentos del final de la clase, con una postura nada espectacular: 5 minutos es paschimattanasana con retenciones y bandhas. Bandhas son ejercicios de los músculos internos para estimular los órganos pélvicos y abdominales, y que sólo es posible hacerlos cuando la respiración es muy profunda y lenta.
Claro, esto no es atractivo a la vista. Pero es que el yoga, aunque algunos maestros hicieran demostraciones para llamar la atención sobre lo que se podría llegar a conseguir. No es para entretener a los demás, es para que la mente vaya hacia adentro (aunque sean sólo unos minutos) y se calme.
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